Furgencio y el Estornudo que Rompió la Barrera del sonido
La vida, para Furgencio, era una serie de pequeños desafíos que inevitablemente acababan en un desastre colosal. Esta vez, la oportunidad de la gloria llegó en forma de un volante arrugado: «¡Gran Concurso Anual de Estornudos! ¡Premios en Metálico y un Año de Pañuelos Gratis!» A Furgencio, que sufría de alergias estacionales que harían llorar a un elefante, le pareció el destino.
Llegó al auditorio municipal, un lugar que olía a desinfectante y a sueños rotos. La competencia era feroz. Había gente con narices más rojas que un semáforo en hora punta, otros con los ojos tan hinchados que parecían haberse peleado con un enjambre de abejas. Furgencio, con su moqueo constante y sus ojos acuosos, se sintió como en casa.
La primera ronda consistía en estornudar al ritmo de una pandereta. Furgencio, con un «¡Achís!» potente, logró hacer vibrar los cristales. La segunda, en estornudar sobre un montón de plumas para ver quién movía más. Furgencio, con un «¡A-A-ACHÍS!», dispersó las plumas por toda la sala, provocando un coro de estornudos entre el jurado.
Llegó la ronda final: «El Estornudo Definitivo». El reto era simple: inhalar una cantidad generosa de pimienta negra y soltar el estornudo más fuerte y prolongado posible. El público contuvo la respiración. Furgencio se puso un embudo en la nariz y, con un valor digno de mejor causa, aspiró una cucharada colmada de pimienta.
Sus ojos se abrieron como platos. Su cara se puso más roja que un tomate maduro. Su cuerpo se tensó como un muelle a punto de soltarse. Y entonces, ocurrió.
Un «¡AAAAAAA-AAAAAA-CHIIIIIIIIIIIIIIIIIS!» cósmico salió de Furgencio. No fue un estornudo; fue un evento geológico. Las ventanas del auditorio estallaron. Las sillas salieron volando. El jurado se cayó de sus asientos. Furgencio, propulsado por la fuerza de su propia nariz, salió disparado hacia el techo, atravesándolo como un cohete de carne y hueso.
La gente lo vio ascender por el agujero del tejado, cada vez más pequeño, como un punto que se desvanece en el azul. Siguió subiendo, rompiendo la barrera del sonido con un último y ahogado «¡Lo conseguí…!» Se elevó por encima de las nubes, de la estratosfera, de la ionosfera. Pasó satélites y algún que otro astronauta despistado que solo pudo ver una figura borrosa con aspecto de ir sin casco.
Furgencio continuó su viaje, más allá de la órbita terrestre, impulsado por el último y más potente de sus estornudos. Su cuerpo, ahora un puntito de materia orgánica, siguió su trayectoria hacia el espacio profundo, disolviéndose finalmente en la inmensidad cósmica, un minúsculo y húmedo cometa en un viaje sin retorno. No ganó los pañuelos gratis, pero se llevó el premio gordo a la salida más espectacular de la Tierra.
Moraleja: Cuando un estornudo es tan potente que te envía al espacio, la victoria es una cuestión de perspectiva. Y recuerda, siempre hay un pañuelo de papel en el infinito.
Buenas Mr. Nat
Vaya con Furgencio, es todo un pionero de la astronáutica jajaja
Además con unos métodos que dejarían en ridículo a cualquier motor de agua japonés. Al paso que va, al final acabará fichándolo la NASA como arma secreta de propulsión. Lo malo es que con su suerte, seguro que estornuda en los momentos menos oportunos y acaba yendo en dirección contraria a donde tenga que ir y acaba en el INEM, donde seguro que sigue teniendo problemas. Esta claro, que algunos nacen con estrella… y otros.. Furgencios
Un abrazo compi! Que eres muy salao
Finil