Furgencio y el Vecino que Habla con los Animales (y le Pide Ayuda)
Por MrNat
La vida de Furgencio, como ya sabéis, era un imán para lo absurdo, pero esta vez, el caos llegó en forma de un nuevo vecino. Se llamaba Braulio, y parecía un tipo normal, salvo por una pequeña peculiaridad: podía hablar con los animales. No en plan «susurrador de caballos», sino en plan «conversaciones profundas sobre la hipoteca del ratón de la despensa». Furgencio lo descubrió un martes por la mañana, cuando vio a Braulio discutiendo acaloradamente con una paloma sobre el precio del metro cuadrado en el tejado.
«¡Hola, Furgencio!», lo saludó Braulio, con una sonrisa afable. «Necesito tu ayuda. Parece que las palomas están en huelga de suciedad sobre los coches… ¡quieren mejores condiciones de nido!»
Furgencio, que no entendía nada, solo asintió lentamente. Pero esa fue solo la punta del iceberg. Braulio no solo hablaba con los animales, sino que estos, al parecer, tenían problemas sorprendentemente humanos. Y por alguna razón, Braulio pensaba que Furgencio era la clave para resolverlos.
Así fue como Furgencio se encontró mediando en una disputa territorial entre los gatos callejeros del barrio y una familia de ardillas especialmente organizada. «El señor bigotes dice que las nueces son suyas, y la ardilla jefe, Scrat, insiste en que las enterró primero», le explicó Braulio, traduciendo los maullidos y los chillidos. Furgencio, en su intento de ser justo, propuso un sistema de turnos que acabó en una batalla campal de mordiscos y arañazos, con la policía local llegando alertada por «ruidos de disturbios inusuales».
Pero lo más extraño empezó a suceder cuando los animales interactuaban con Furgencio. Al principio, era sutil. El perro de Braulio, un bóxer llamado Roco, que antes era tranquilo, empezó a estornudar de forma explosiva cada vez que veía al cartero, con una fuerza que hacía volar las cartas. Luego, los gorriones del parque, que solían ser ágiles, empezaron a volverse increíblemente torpes, chocando contra farolas y cayendo en las fuentes con patéticos «¡Plof!». Furgencio era un catalizador de la mala suerte animal.
La situación alcanzó su clímax cuando Braulio le pidió ayuda con los peces del estanque municipal. «Están sufriendo de existencialismo», dijo Braulio, traduciendo los borboteos. «Dicen que el agua es su prisión y que la vida no tiene sentido sin un buen servicio de atención al cliente.» Furgencio, con su proverbial «solución», intentó animarlos instalando un pequeño altavoz submarino con charlas motivacionales.
El resultado fue catastrófico. Los peces, en lugar de motivarse, desarrollaron un acento de teleoperador y empezaron a pedir «por favor, valore mi servicio con un cinco» a todo el que se acercaba al estanque. Luego, organizaron una revuelta para exigir un «upgrade» a su ecosistema, incluyendo un WiFi potente y un sistema de reparto a domicilio de gusanos gourmet. La «protesta» de los peces terminó con la evacuación del parque y la llegada de un equipo de zoólogos con trajes especiales, que parecían estar acostumbrados a cosas raras.
Furgencio se dio cuenta, mientras los peces con acento de call center le exigían «¡un mejor ancho de banda!», que su ayuda era, en realidad, el origen de todos los problemas de los animales. Se disculpó con Braulio y decidió que, quizás, su contribución al bienestar animal era simplemente… mantenerse alejado de ellos.
Moraleja: Cuando los animales te hablan, asegúrate de que no te estén pidiendo que les ayudes a montar una revolución. Y si Furgencio está cerca, huye.
Madre mía 🤣