29 de julio de 2025

Furgencio y el Gurú de la Productividad

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La verdad es que Furgencio nunca fue el epítome de la eficiencia. Su concepto de «optimizar el tiempo» era encontrar la postura más cómoda para echar la siesta. Pero un día, mientras navegaba por internet con su habitual falta de rumbo, se topó con un anuncio brillante: «¡Libera tu 200% de Potencial con el Método ZENITH-MAX! ¡Conviértete en una Máquina Imparable!» Y Furgencio, con su innata capacidad para caer en cada trampa, se inscribió en el seminario más caro que encontró.

El gurú, un tipo llamado Maestro Zenón con una sonrisa blanquísima y un aura de superioridad insoportable, prometía que «la pereza es solo un bloqueo mental». La primera técnica fue la «Vigilancia Consciente». Furgencio debía llevar un cronómetro y anotar cada segundo que no fuera «productivo». Pronto descubrió que respirar, parpadear y, por supuesto, rascarse, eran tremendamente improductivos.

Luego vino la «Optimización del Descanso»: «¡Duerma solo 27 minutos cada 48 horas! ¡Su cerebro se recarga con micro-siestas cuánticas!», proclamaba Maestro Zenón. Furgencio, en su intento de seguir el plan, desarrolló unos tics nerviosos dignos de una película de terror y empezó a ver unicornios fluorescentes persiguiendo naves espaciales por su salón. Su productividad, irónicamente, se basaba en el delirio.

Pero la joya de la corona del Método ZENITH-MAX era la «Eliminación por Abundancia». «Para ser eficiente,» sentenció Maestro Zenón, «debe eliminar todo lo que no sea estrictamente necesario. ¡Menos es más… productivo!» Furgencio empezó por su ropa, luego sus muebles, después los marcos de las ventanas. El punto culminante fue cuando intentó «optimizar» su nevera cortando la electricidad para «eliminar el consumo innecesario». La comida, claro, no pensaba igual.

En su fase final de «súper-productividad», Furgencio era un espectro. Llevaba dos días sin dormir, su piel tenía un tono verdoso por su «dieta de eficiencia» (que consistía en masticar hojas de lechuga que encontraba por la calle), y se había propuesto la tarea de contar cada grano de arena de la playa de la Barceloneta. Con unas pinzas de depilar y una lupa, Furgencio estaba ahí, un puntito diminuto en la inmensidad de la playa, murmurando números.

Maestro Zenón, que había venido a hacer una «visita de seguimiento» y a grabarlo para su próximo infomercial, lo encontró en ese estado. «¡Magnífico, Furgencio!», exclamó el gurú, con una cámara de vídeo apuntando. «¡Has alcanzado la productividad definitiva! ¡La mente en blanco, el cuerpo un autómata! ¡Eres la máquina que siempre quisiste ser!»

En ese preciso instante, mientras Furgencio intentaba discernir el grano de arena número 1.345.678.902 del número 1.345.678.903, su cerebro, exhausto de tanta «eficiencia» y falta de sueño, nutrientes y cordura, simplemente decidió desconectarse. No hubo dolor, ni gritos. Solo un último y minúsculo «cero…» antes de que sus ojos se quedaran en blanco y su cuerpo, tan optimizado y «eliminado» de todo lo superfluo, se desintegrara en una pequeña nube de polvo gris, dejando solo unas pinzas de depilar y la lupa perfectamente alineadas en la arena.

Maestro Zenón, lejos de consternarse, simplemente sonrió a la cámara. «¡Ahí lo tienen, amigos! ¡El máximo nivel de desapego! ¡Tan productivo que trascendió la materia! ¡Próximo seminario: Cómo convertir tu polvo en oro!»

Moraleja: La productividad excesiva puede llevarte a la tumba. O a la desintegración. Y si un gurú te pide que cuentes granos de arena, corre. Corre lejos.

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