Furgencio el bombero
La vida de Furgencio nunca fue predecible. Un día era catador de buffet, al siguiente, carne de tranvía, y en esta ocasión, tras una confusión con un folleto de «Formación Rápida para Electricistas» que resultó ser de «Explosivos para Principiantes», nuestro intrépido protagonista se encontró con un flamante título de Técnico en Desactivación de Artefactos Explosivos. Él pensó que iba a aprender a arreglar enchufes. La realidad, como de costumbre, tenía otros planes.
La primera misión de Furgencio llegó con el pánico generalizado. Un «paquete sospechoso» había sido encontrado en la Plaza Mayor, con un temporizador digital parpadeando peligrosamente: 00:03:47. Furgencio llegó al lugar con su nuevo uniforme, que le quedaba dos tallas grande, y un maletín de herramientas que contenía, además de las pinzas reglamentarias, una chocolatina mordida y un manual de instrucciones de lavadora.
El equipo de desactivación lo miraba con una mezcla de desesperación y la vaga esperanza de que, quizás, la incompetencia de Furgencio fuera tan grande que confundiera a la bomba. «Aquí está, Furgencio,» dijo un policía sudoroso. «Tres minutos para las doce. Es una bomba de relojería clásica. Cables rojo, azul, verde… ¿cuál cortamos?»
Furgencio se puso las gafas de lectura, que se le caían por la nariz. Miró el panel. «A ver, a ver… el rojo… ah, no, el manual de la lavadora dice que el rojo va con el blanco. ¿Y este tiene blanco? No. Bueno. El azul… El azul me gusta. Es un color de confianza.» Murmuraba para sí mismo, ajeno a los gritos ahogados del equipo que se alejaba. El temporizador marcaba 00:00:15.
Con la mano temblorosa, Furgencio extendió las pinzas. Un hilo de sudor le bajaba por la sien. Cortó el cable azul.
El temporizador se detuvo. Un silencio sepulcral invadió la plaza. La bomba estaba… ¿desactivada? El equipo de desactivación, que ya estaba detrás de un seto, asomó la cabeza con incredulidad. Furgencio levantó los brazos en un gesto de victoria. «¡Lo hice! ¡Soy un genio! ¡Acepto felicitaciones en forma de sándwiches de jamón y queso!»
En ese mismo instante, cuando el sol brillaba y los pájaros volvían a cantar, se escuchó un silbido agudo y creciente desde el cielo. Furgencio, con el pecho henchido de orgullo, levantó la mirada. Una sombra gigantesca se proyectaba sobre él.
Fue un piano de cola. Un majestuoso y reluciente piano de cola, de los que se usan en las salas de conciertos, que caía en picado desde la estratosfera. Nadie supo cómo llegó ahí. Quizás era parte de una orquesta divina que había tirado un instrumento al espacio, o el resultado de un extraño experimento musical de la NASA. Poco importaba. Lo cierto es que, con una precisión digna de un dibujo animado, el piano aterrizó con un estruendo ensordecedor justo encima de Furgencio.
Solo quedó un cráter en el suelo, un reguero de humo y, en el centro, los restos destrozados de un piano de cola, bajo los cuales se intuyó que estaba Furgencio. El reloj de la bomba, impecable, marcaba el 00:00:00. Había ganado la batalla contra la bomba, solo para perder la guerra contra la gravedad y la acústica.
Moraleja: A veces, el verdadero peligro no está en el temporizador, sino en lo que la vida te lanza después de haberte salvado. Y nunca, jamás, celebres una victoria mirando hacia arriba.