Furgencio y la Invasión Alienígena de Bajo Presupuesto
La noche se presentaba prometedora para Furgencio. Había logrado sintonizar un canal con un maratón de películas de serie B, su plan perfecto para escapar de la cruda realidad de su existencia. Estaba cómodamente hundido en su sofá, con una bolsa de patatas y la inconfundible sensación de que, por una vez, el universo lo dejaría en paz. Qué equivocado estaba.
De repente, la pantalla parpadeó. Un rostro alienígena, con unos ojos saltones y una piel que parecía papel de aluminio arrugado, apareció. «¡Ciudadanos de la Tierra!», graznó una voz que sonaba como si viniera de un megáfono roto. «¡Hemos venido a conquistar su planeta! ¡Ríndanse o enfrentarán nuestro… uh… formidable poder!»
Furgencio entrecerró los ojos. «¿Otra de esas películas malas?», masculló. La nave espacial que aparecía en el fondo parecía hecha de cartón y las luces parpadeaban como un árbol de Navidad defectuoso. Los «soldados» alienígenas detrás del líder tropezaban entre ellos y uno incluso se rascó una antena. Definitivamente, serie B. Siguió comiendo sus patatas.
Pero la transmisión no terminaba. Un noticiero local interrumpió, con un reportero cubriendo el «extraño suceso». Una pequeña nave, del tamaño de una furgoneta de reparto y con un motor que tosía como un fumador empedernido, acababa de aterrizar… ¡en el parque de al lado!
«¡No puede ser!», exclamó Furgencio, atragantándose con una patata. Era real. Pero, ¿por qué parecían tan… baratos?
Armado con su mando a distancia (su arma más poderosa), Furgencio se asomó por la ventana. Efectivamente, un grupo de alienígenas bajaba torpemente de la nave. Uno de ellos tropezó con su propia bota espacial y otro intentaba desesperadamente desenrollar un «estandarte de conquista» que se había quedado atascado. Parecían más un grupo de turistas espaciales desorientados que unos invasores.
Furgencio, que no entendía de sutilezas, decidió que tenía que hacer algo. O bien la estaban liando, o no se estaban tomando la invasión en serio. Abrió la ventana y les gritó: «¡Oigan! ¿Podrían quitar su nave de ahí? ¡Están aparcando en mi plaza!»
Los alienígenas se giraron, confundidos. Su líder, que llevaba un casco un poco ladeado, señaló con un dedo con tres articulaciones: «¡Humano insolente! ¡Somos los gloriosos Zorblaxianos del Sector Gamma 7! ¡Exigimos su sumisión!»
Furgencio se encogió de hombros. «Mira, colega, me da igual de dónde vengas. Mi plaza es mi plaza. Y esa nave está goteando algo verde, no quiero que me manche el jardín.»
La discusión se prolongó. Los Zorblaxianos, en lugar de invadir, se enzarzaron en un debate con Furgencio sobre las normas de aparcamiento y la contaminación interestelar. Uno de ellos intentó desplegar una «arma de aniquilación masiva» que resultó ser una aspiradora de mano un poco ruidosa. Otro intentó «hackear» la red eléctrica terrestre, pero solo consiguió cortar la señal de televisión de Furgencio.
«¡Oye, ahora sí que la habéis liado!», gritó Furgencio, furioso. Sin sus películas de serie B, ¿qué le quedaba? En un arrebato de indignación, cogió el cubo de agua sucia de fregar el suelo y lo lanzó por la ventana.
El agua impactó de lleno en el panel de control de la nave alienígena, que estaba abierta de par en par. Hubo un cortocircuito. Luces de colores parpadearon salvajemente, la nave empezó a humear y, con un último y patético «¡Beeeep!», el motor se apagó por completo.
Los Zorblaxianos se quedaron paralizados, mirando su nave inmovilizada. El líder se quitó el casco y suspiró con resignación. «Bueno, esto es embarazoso. ¿Alguien tiene cobertura para llamar a la grúa intergaláctica? Creo que hemos fundido la unidad de propulsión… otra vez.»
Furgencio, sin saberlo, había «derrotado» la invasión alienígena más ineficaz de la historia, no con valentía, sino con una mezcla de mala educación y agua sucia. Volvió a su sofá, esperando que la señal de televisión volviera.
Moraleja: No te fíes de una invasión alienígena que llega en una nave con más óxido que un coche de los 80. Y si eres un invasor, asegúrate de que tu tecnología sea resistente al agua de fregar.
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